viernes, 28 de mayo de 2010

Raticidas e infanticidas

Hace cosa de un mes me desperté en mitad de la noche acordándome de retazos de un episodio que estaba enterrado en la noche de mis tiempos. Con la ayuda de un amigo de ahora y de la infancia, he podido reconstruirlo.

Siendo adolescente formé parte de un grupo de scouts (ya saben: excursiones, trabajo de equipo, campamentos, alguna misa y expiaciones colectivas, etc.). Supongo que nos financiábamos con cuotas, aportaciones voluntarias, y algo pondría el colegio, imagino. El hecho es que el padre de uno de mis compañeros llegó a concejal del ayuntamiento, y gracias a él accedimos un año a un modo original e instructivo de recaudar fondos: envasar raticida.

Resulta que el ayuntamiento reparte todos los años entre los vecinos raticida, en aquel entonces en bolsas individuales, para luchar contra estos bichos. Alguien, por tanto, tenía que meter los polvos en sus bolsas, y ahí estábamos nosotros, un grupo de jóvenes aguerridos y con entusiasmo.

Y nos pusimos manos a la obra.

Como no teníamos local ni instrumentación, nos dejaron trabajar en un almacen de una conocida casa de frutos secos, e incluso nos dejaron la maquinaria (supongo que los sábados no trabajaban): si una máquina servía para envasar avellanas, ¿por qué no raticida? La operación era muy sencilla: echabas el veneno en polvo por una tolva (recuerdo el polvo de la habitación, por el que se filtraba los rayos de sol), que salía por dos orificios, en el extremo de los cuales había un estudiante que colocaba una bolsita de plástico; una vez rellena, se cerraba quemándola con otra maquinita. Aún puedo oler la mezcla de plástico y veneno quemado.El veneno que caía a nuestros pies (una buena cantidad, ya que no teníamos experiencia alguna) volvía a ser echado en la tolva.

¿Qué pensarían nuestros padres al vernos llegar a casa cubiertos de polvo blanco? Nada malo, imagino, con los scouts estábamos a salvo.

Parte del dinero lo donamos al asilo de las hermanitas de los pobres, y parte lo dedicamos a algún campamento de verano, creo.

Fin de la historia.

Y ya que estamos: los jesuítas de Alemania han pedido perdón por cdecenas de abusos sexuales en sus colegios, la mayor parte en los años 70 y 80 (¡justo cuando estudié yo!). ¿Cuándo le llegará el turno a los españoles?

jueves, 20 de mayo de 2010

O quédese fuera...

"¿Y vamos a gastarnos esa barbaridad en un cerrajero?"- dijo el del 2ºB- "Nada, nada, eso lo arreglo yo".


jueves, 13 de mayo de 2010

Los de fuera

En el Musac de León, un artista ha incluido en su obra un recorte de prensa que habla de 49 inmigrantes ilegales interceptados en un barco arribando a la costa. Nada del otro mundo. La cuestión está en que los inmigrantes eran españoles y la costa era la venezolana. La noticia databa del año 1949, creo recordar.

Así que hace nada éramos nosotros los que llegábamos muertos de hambre a otros lugares. Nosotros, los que ahora, como nuevos ricos, nos permitimos despreciar a los que vienen de fuera (a los más pobres, claro) con una falta de memoria atroz.

Pocas imágenes hay más tristes que la que suelo encontrar los domingos por la tarde en el entorno del río: hombres marroquies, mayores de cuarenta años, deambulando en solitario, con cara de soledad. Lejos de su familia, de su idioma, de todo lo que puede darles calor.

viernes, 7 de mayo de 2010

Plaza del Grano

Para mi gusto es una de las plazas más hermosas de la ciudad. Su nombre hace mención al uso que tenía en la antigüedad -venta de cereales, pan, caza y otros productos-, y mantiene elementos del pasado como su suelo empedrado, algo inédito en el resto de la ciudad, igual que los grandes árboles que flanquean la fuente. Además, los nuevos edificios se han integrado de manera discreta, y así conviven bloques de este siglo con una iglesia románica, casas del siglo XVI con soportales y una fuente barroca.

La plaza es paso casi obligado para quienes hacen el Camino de Santiago, ya que en el convento de las Carbajalas (al fondo de la foto) está el principal albergue de peregrinos de la ciudad.



Otro punto a su favor: en la fuente hay un cartel que reivindica el papel de los ciudadanos. Debe ser de los pocos casos en los que no aparecen reyes, ministros o alcaldes.



Esta calleja con encanto, que comunica la plaza con la de don Gutierre, siempre fue conocida como "Apalpacoños": era un lugar sórdido, cuya única iluminación eran los farolillos que había encima de unas puertas -no llegaban a la categoría de portales- de las que salían prostitutas y gentes relacionadas con ese mundo. Apenas nadie utilizaba esa calle; ni siquiera cuando volvías de tomar vinos del Húmedo y, envalentonado por el alcohol, te comías el mundo. Terreno vedado.



Arriba, a la derecha, están ellos.